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domingo, 25 de octubre de 2009

No quarter

El sentimiento que tenía latiendo era casi el de una prostituta – pero no por el hecho de estar en una esquina esperando a un hombre, sino por lo que esperaba sucediese luego conmigo, y con él, y con ambos apenas terminara de ponerse el sol horas después.

Cerraba y abría los ojos: me costaba mucho creerlo. El viento jugaba con tu pelo mientras sonreías de manera discreta, viendo de reojo cada movimiento mío y usando tus luces direccionales a la perfección. Admito que mi nerviosismo se escurría por el asiento copiloto mientras nos dirigías a lo que sería el fin perfecto del día. Te detuviste en una callecita pintoresca y me invitaste a bajar. Nunca había querido tanto haber tenido un chupete en la boca como en ese momento, porque difícilmente podía disimular las ganas que tenía de comerte a besos – y creo que te diste cuenta de ello casi instantáneamente. Me sonrojé y tapé la cara como suelo hacerlo en ese tipo de situaciones.

Llegamos al ______ piso, sacaste unas llaves del bolsillo trasero, abriste la puerta y entramos como dos desconocidos en un lugar extrañamente familiar. Dejé mi chompa en el sillón y empecé a reconocer cada detalle de la sala. ¿Puedo fumar acá? – “Sí, claro. Estamos solos, mañana regresarán todos de la playa”. Entonces encendí un cigarro, y apareciste con dos copas de vino y un cd de música. Era el Houses of the Holy, de Led Zeppelin. Sonreí. “Te dije que recordaba cada pequeño detalle, ¿no?”.

Poco a poco se fue ocultando el sol, y la vista era realmente preciosa. Conversamos de todo y nada, acabando el vino y el tabaco. De pronto comenzó a sonar No Quarter. Me levanté del sillón y me acerqué lentamente a la ventana, apoyándome sobre la baranda de madera. Cerré los ojos y sentí tu respiración detrás de mi cuello mientras enredabas tus manos en mi cintura. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, y lo sentiste. “¿Está todo bien?” – Sí, creo que por fin... todo está…

Fui volteando despacio, despacito, hasta encontrarme con tu rostro, y tus ojos y tu boca. Pasé mis brazos alrededor de tu cuello, y comencé a jugar con tu pelo al ritmo de Page. Besé tu cuello y luego posé mi cabeza en tu hombro mientras nos mecíamos. Dijiste, entonces, algo que nunca olvidaré, pero que tampoco repetiría jamás. Y acaricié tu rostro, besé tu mejilla derecha y la izquierda después. Entonces te detuviste, e hiciste lo mismo conmigo. Reí. Eres un copión, eh – “Si fuese enteramente un copión, no haría esto”, y me besaste (en la boca) hasta el final de la canción.

Ahora, ¿qué tienes en mente? – “Pues, no sé. Déjate llevar”.